Ya le dolían las piernas por permanecer en la misma postura
casi media hora. De hecho, sentía el típico cosquilleo en el pie izquierdo que
solía anunciar la falta de riego sanguíneo y por consiguiente el adormecimiento
del mismo.
Y el maldito italiano seguía sin moverse.
El soldado llevaba el mismo tiempo inmovil que Hugo (¿?)
apoltronado entre ese amasijo de hierro y cemento que, para alegrar el tema,
olía a inmundicia. Como todo ese jodido pais.
Hugo iba de camino a lo que él llamaba la “zona segura” cuando
se vio sorprendido por un cuartel improvisado. Abundaban mucho aquellos días
turbulentos donde pasear tranquilamente por la ciudad era todo un lujo
impensable. Aquel tiempo de diversión con los amigos había quedado muy atrás
pese a que solo habían pasado 5 días.
La postura ya empezaba a resultar horrorosamente molesta
hasta el punto de pensar en correr el riesgo de moverse ligeramente para
aliviar el peso de su cuerpo sobre las piernas. Pero no. Ese tipo era un
soldado pero también persona. En cualquier momento tendrían que hacerle el
relevo. Momento que aprovecharía para retirarse a la esquina por la que había
venido, tan solo a dos metros mal contados.
Pero el momento seguía sin llegar…